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Desarrollo
Visión diacrónica y sincrónica
Cada época de la humanidad se manifiesta en una forma de enfermar y la sanación sólo depende un 5% de la acción médica[3]. Por esta razón resulta indispensable abordar la migración a la luz de la historia y de los factores externos e internos que promueven la tristeza, la angustia y la contrariedad en lo que se vive y en lo que se hace.
Las migraciones desde una perspectiva histórica
Todos los días, millones de criaturas nacen a una vida de caminar, de volar, de correr. Son animales migratorios, viajeros natos. Desde las mariposas monarcas hasta las enormes ballenas jorobadas, la vida depende de la capacidad de desplazarse de estos viajeros.
El ser humano también es y fue un animal migratorio. Uno de sus aspectos más fascinantes es su capacidad para desplazarse, asentarse y adaptarse en casi cualquier lugar del planeta, al margen de sus condiciones climáticas. La historia de la humanidad es, en gran medida, la historia de millones de personas caminando a lo largo del mundo en busca de un lugar mejor en el que vivir.
Durante los primeros 125.000 años de su presencia en la tierra, el ser humano pobló África, luego Oriente Medio y después el sudeste asiático. En Europa la presencia humana está fechada hace unos 700.000 años. El poblamiento del continente americano, uno de los episodios del pasado que más controversia suscita, según la tesis más aceptada por los antropólogos, fue de cazadores asiáticos que llegaron desde las tundras siberianas hace unos 15.000 años a través del estrecho de Bering.
Alrededor de 8000 a. de C., la revolución agrícola del Neolítico permitió que algunas comunidades se hicieran sedentarias en Asia Menor y la cuenca del Mediterráneo, foco de las primeras civilizaciones. Pero el impulso viajero no menguó. Por esas fechas, sucesivas partidas de pueblos con lenguas similares agrupados bajo la denominación de indoeuropeos empiezan a poblar Europa. Su paulatina conversión de cazadores‑recolectores en agricultores elevó la demografía y provocó nuevos movimientos de población. Hacia 2200 a. de C., estos pueblos se desplegaron por el continente; las migraciones hacia el sur (Creta, Chipre, Tesalia) dieron origen al mundo grecolatino, mientras que en el centro y oeste proliferaron las tribus celtas y germánicas.
Durante el primer milenio a. de C., los griegos y fenicios navegaron por todo el Mediterráneo, creando asentamientos en el norte de África, Italia y España. Por esa época, el desarrollo de las primeras ciudades -polis- provocó también un movimiento migratorio del campo a la ciudad que luego se ha dado en todas las civilizaciones.
Tras el Imperio romano y las invasiones bárbaras, los vikingos tomaron el testigo viajero y con sus drakkars navegaron mares y ríos en numerosas expediciones de exploración y conquista. Invadieron Irlanda y Gran Bretaña, arribaron a las costas de Canadá, atacaron varias localidades gallegas y penetraron por el Guadalquivir hasta Sevilla.
Los avances geográficos y técnicos permitieron el traslado controlado de personas a las nuevas colonias ultramarinas, bajo la dirección de los gobiernos o a cargo de compañías mercantiles. Las naciones europeas -España, Portugal, Francia, Inglaterra, Holanda, Bélgica, Alemania- se expandieron por África, Asia y desde 1.492, sobre todo, por América. Cifran en 100.000 el número de españoles inmigrados a la América hispana durante el primer siglo colonial (1492‑1600). Sin embargo, a partir de la emancipación de los Estados americanos a inicios del siglo XIX, hasta la primera mitad del XX, se produjo el mayor trasvase de población de la Historia.
En esos años se ocuparon casi todas las tierras despobladas del mundo, en un movimiento libre de obstáculos legales, incentivado por los estados de los países de acogida. Era un fenómeno de tipo individual, no regulado por los gobiernos, sino alimentado por los propios emigrantes: gente impulsada por el sueño de hacer fortuna o, al menos, de alcanzar una vida mejor.
Hubo migraciones dentro de Europa, desde el Sur (Italia, España, Grecia) hacia el Norte (Francia, Reino Unido) y del Este (Rusia, Polonia) hacia el Oeste (Alemania), pero la mayoría miraba hacia la otra orilla del Atlántico. Las migraciones europeas tomaron un carácter realmente masivo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, con la Revolución industrial que transformó las economías de algunos países de Europa occidental, en primera fila Inglaterra, Alemania y Francia, mayoritariamente rurales, en economías de carácter industrial.
Estados Unidos, donde a inicios del siglo XX entraban 1.300.000 extranjeros al año, fue el primer país en acoger oleadas masivas de inmigrantes, ejemplo que luego seguirían Australia, Canadá, Argentina, Brasil y Uruguay; estas tres últimas naciones recibieron a 12 millones de personas, sobre todo italianos, españoles y portugueses hasta 1940. Muchos asiáticos también emigraron a América, especialmente japoneses a Brasil y chinos a EE UU. Sin embargo, el grueso de la emigración de ese continente se produjo a países vecinos: unos 14 millones de chinos se marcharon a Indonesia, Tailandia, Malasia o Vietnam.
Hoy, aunque el espíritu que mueve a los inmigrantes del siglo XXI es en el fondo muy parecido al que llevó en el siglo XIX y primera mitad del XX a miles de europeos a América, hay grandes diferencias entre ambos grupos humanos. Lo único que nuestros tatarabuelos y abuelos sabían del Nuevo Mundo era que se trataba de una tierra de oportunidades a la que podrían acceder sin problemas y en la que casi con toda seguridad vivirían decentemente. Para la mayoría de los inmigrantes actuales, ese pensamiento resulta en una desilusión o frustración.
Las migraciones de carácter político también son relevantes. Se traducen en migraciones masivas de poblaciones, algunas de las cuales desaparecen casi totalmente de los lugares en que tradicionalmente vivían. Entre las más importantes, si se puede establecer una jerarquización, hay que hablar de las migraciones de judíos de la Europa del Este, ahuyentados por las persecuciones durante todo el siglo XIX. Este fenómeno clásico de exacerbación de los odios y de la utilización del racismo en un contexto general de transformación de las sociedades europeas encontró su paroxismo con la Segunda Guerra Mundial y la tentativa de exterminio sistemático de judíos llevada a cabo por los nazis. En algunos países, como por ejemplo en Polonia, los judíos han desaparecido prácticamente. El genocidio perpetrado por los turcos y los kurdos con los armenios entre 1915 y 1923 tuvo consecuencias similares. El siglo XX es rico en acontecimientos políticos y militares que obligaron a pueblos enteros a huir. Ningún continente ha estado exento de estos fenómenos, que son otros tantos problemas no resueltos que prometen crear conflictos en el futuro: palestinos, saharauis, etc.
En 1976, sólo 6 de cada 100 países habían adoptado medidas legales para reducir la inmigración. En 2001, aún antes de los sucesos del 11 de septiembre, casi la mitad lo había hecho. Hoy, los titulares de medios y los discursos políticos más votados tienden a endurecer las legislaciones nacionales como un método de atajar la creciente inmigración. Para los gobiernos, la migración, se convirtió en una válvula de escape del creciente problema del desempleo y del abandono del campo en los países de bajos ingresos. Sin embargo, en los últimos años, en los medios masivos de información y en la opinión pública se está dejando de ver al extranjero desde una óptica laboral para vincularlo a cuestiones más policiales. Cada vez hay más inmigración clandestina, potenciando y encareciendo el tráfico de personas, un horrendo negocio que, según estiman, produce a quienes lo practican más de 7.000 millones de euros de beneficios al año y que, a menudo, se alimenta también de los extranjeros que han entrado normalmente en el país, pero que no pueden renovar por problemas legales sus permisos de trabajo y de residencia.
Concluyendo, los desplazamientos y cambios de residencia de grupos humanos de unas zonas a otras han sido constantes desde la remota prehistoria. Nomadismos, invasiones, peregrinajes, expediciones comerciales y colonizaciones han construido el mundo y el ser humano que hoy conocemos.
[3] José Luis Padilla (2015)
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