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Vulnerabilidad
El concepto de vulnerabilidad ha sido y es utilizado en diferentes enfoques disciplinares con distintos sentidos. Etimológicamente, “vulnerable” (vulnerabilis) significa que puede ser herido, o recibir lesión física o moral y “vulnerar” (vulnerare), dañar, perjudicar. Se aplica a dos condiciones: “vulnerados”: sujetos que padecen carencias, en los que se identifica imposibilidades actuales y debilidades a futuro y “vulnerables”: sujetos con altas probabilidades de experimentar deterioro a futuro.
Desde un enfoque más amplio, al hablar de vulnerabilidad señalamos la interacción entre aspectos particulares de los sujetos o grupos y los rasgos del entono social, entre situaciones o condiciones sociales adversas y los recursos de los sujetos, grupos y comunidades para afrontarlos.

Sin restar importancia a lo anterior, ni quitar la atención a las desigualdades ecológicas, sociales, económicas y culturales, ¿qué ser no está predestinado a ser vulnerable al cambio imprevisto? ¿qué frontera hay que traspasar para dar el atributo de “herida” o “lesión” a esos cambios?
Confianza básica, confianza condicionada
La confianza básica se trata de una implícita confianza no verbalizada de que sucederá lo que es óptimo, la sensación de que pase lo que pase todo irá finalmente bien. Se trata de la confianza de que la realidad es buena en última instancia; de que la naturaleza, el universo y todo lo que existe son por su propia naturaleza buenos y de confianza; que lo que sucede es lo mejor que puede suceder. La confianza básica constituye una confianza no-conceptual en la bondad del universo, una confianza implícita y clara de que hay algo acerca del universo, de la naturaleza humana y de la vida que es inherentemente y fundamentalmente bueno, amoroso, y que nos desea lo mejor. Es una suerte de enraizamiento en el universo.
La confianza básica es distinta de nuestro sentido psicológico habitual de la confianza. Nuestra confianza ordinaria en las personas y situaciones está muy condicionada y es muy dependiente de la familiaridad y fiabilidad. Las experiencias dolorosas o las traiciones personales pueden alterar nuestra confianza en los elementos externos e internos de nuestra vida. Por lo tanto, la confianza ordinaria tiene poco valor para penetrar en lo desconocido, puesto que dichos elementos siempre están sujetos al cambio.
La confianza básica, por otra parte, no es una confianza en algo, alguna persona, o alguna situación, y por lo tanto no se ve tan disminuida por las circunstancias de la vida. Por el contrario, nos proporciona una orientación implícita hacia todas las circunstancias que nos permite relajarnos y estar con ellas. Como lo describe Hameed Ali Almaas (2002):
“Sentimos visceralmente que estamos y estaremos bien, incluso si los acontecimientos del momento nos defraudan o son dolorosos, o incluso totalmente desastrosos. En consecuencia, vivimos nuestra vida de tal forma que saltamos al abismo de un modo natural sin siquiera conceptualizar que estaremos bien, puesto que poseemos la sensación implícita de que el universo se ocupará de nosotros. Nuestra propia vida se convierte en un viaje espiritual, en el que sabemos que si paramos de intentarlo, dejamos de esforzarnos, dejamos de aferramos, dejamos de apegarnos a las personas, objetos y creencias, las cosas estarán bien e irán de la mejor de las maneras. Lo que no significa que soltar o permitir que se disuelvan las estructuras nos haga sentir necesariamente bien; no es en ello en lo que confiamos. Incluso si no nos
sentimos bien, incluso si estamos asustados, de algún modo sabemos que esta disolución irá bien.”
“Los que la poseen nunca piensan en ella, nunca la cuestionan, ni saben siquiera que exista tal cosa. Cuando ven a alguien que carece de ella, se preguntan por qué lo está pasando tan mal, por qué no sabe que las cosas irán bien. En aquellos que no han perdido nunca la confianza básica, existe inocencia. Sólo cuando la perdemos y la volvemos a desarrollar conscientemente, sabemos lo que significa carecer de ella.”
Cada uno de nosotros la vive en cierto grado; no es algo que podamos poseer o dejar de poseer. Sin ella, no podríamos funcionar. Seguidamente, pregunto: ¿Nuestras creencias, anudadas con la experiencia vital propia y la heredada, delimitan cuándo la vulnerabilidad es sostenida por la confianza básica y cuándo entran en contradicción?, ¿Es esto último el origen mental del sufrimiento psíquico?
Depresión
“La persona deprimida es una persona que ha perdido su fe”
LOWEN, Alexander (2001)
La condición de la persona deprimida es que es incapaz de responder. La incapacidad de responder es lo que distingue la situación del deprimido de cualquier otra condición emocional. La persona descorazonada recupera la fe y la esperanza al cambiar la situación. Una persona hundida se levantará de nuevo cuando la causa que lo ha producido desaparezca. Una persona triste se alegrará ante la expectativa de placer. Pero nada es capaz de evocar una respuesta en la persona deprimida; la perspectiva de placer o de pasarlo bien sólo servirá, a menudo, para ahondar su depresión.
Cuando hemos experimentado una pérdida o trauma en la infancia, que ha socavado nuestros sentimientos de seguridad y auto-aceptación, proyectaremos en nuestra imagen de futuro la exigencia que invierta la experiencia pasada. El individuo que de niño experimentó una sensación de rechazo se representará un futuro lleno de aceptación y aprobación prometedoras. Si de niño luchó contra una sensación de desamparo e impotencia, su mente compensará este insulto a su ego con una imagen de futuro en la que se sienta poderoso y dominante. La mente, en sus fantasías y elucubraciones, intenta invertir una realidad desfavorable e inaceptable a base de crear imágenes que ensalcen al individuo e hinchen su ego. Si una parte importante de la energía de la persona se centra en estas imágenes y sueños, perderá de vista que su origen está en esa experiencia infantil y sacrificará el presente en aras de su cumplimiento. Estas imágenes son metas irreales, y su realización es un objetivo inalcanzable.
La auto-expresión es una necesidad básica de todos los seres humanos, subyace en toda actividad creativa y es fuente de nuestro mayor placer. En un individuo deprimido la auto-expresión está muy limitada, por no decir enteramente bloqueada. Las vías a través de las cuales se expresan los sentimientos son la voz, el movimiento corporal y los ojos. Cuando los ojos están apagados, la voz es monótona y la motilidad está reducida, estas vías se cierran y la persona se haya en un estado depresivo.
Otra necesidad básica para todos los individuos es la libertad. Sin ella es imposible la auto-expresión. Toda sociedad humana impone ciertas restricciones a la libertad individual en aras de la cohesión social, y esas restricciones pueden ser aceptadas siempre y cuando no restrinjan excesivamente el derecho de auto-expresión. Hay, sin embargo, prisiones interiores, además de las exteriores. La persona deprimida está presa por las barreras inconscientes del “se debería” y “no se debería”, que la aíslan, la limitan y pueden incluso aplastar su espíritu. Mientras vive en esta prisión, la persona devana fantasías de libertad, trama planes para su fuga y sueña un mundo en que la vida será diferente. Estos sueños, como todas las fantasías, le sirven para mantener su espíritu, pero también le impiden confrontar de una manera realista las fuerzas internas que le atan. Antes o después se derrumba la ilusión, el sueño se desvanece, el plan falla y se encuentra cara a cara con la realidad. Cuando esto sucede el individuo se deprime y se siente desesperado.
Cuando perseguimos ilusiones nos proponemos metas poco realistas, creyendo que, si las lográramos, automáticamente nos liberarían, restablecerían nuestra capacidad de auto-expresión y nos harían capaces de amar. Lo que es irreal no es la meta sino la recompensa que se supone sigue a este logro. Entre las metas que muchos de nosotros seguimos tan implacablemente están las riquezas, el éxito y la fama. Sin embargo, el dinero no da las satisfacciones internas que son las que hacen que la vida merezca la pena vivirse. En muchos casos la tendencia a ganar dinero desvía la energía de actividades más creativas y auto-expresivas, con lo cual el espíritu se empobrece.
A la meta ilusoria la fijamos inicialmente durante la infancia, con el deseo de aceptación de nuestros padres, transferido más tarde a los demás. La lucha por conseguir la perfección reduce la humanidad del individuo y acaba siendo autodestructivo; sólo sirve para ver la imperfección de otra persona. La cantidad de energía y esfuerzo que se invierte en satisfacer metas irreales es enorme.
El derrumbamiento es como la vuelta a un estado infantil, y, con el tiempo, la mayoría de la gente se recupera espontáneamente. La recuperación, por desgracia, no es permanente. Tan pronto como recobra la energía, la persona antes deprimida reanuda su esfuerzo por satisfacer su sueño.
Estamos expuestos a deprimirnos cuando buscamos fuentes externas a nosotros para realizarnos. Si pensamos que tener todos los adelantos materiales que posee el vecino nos va a hacer más personas, a reconciliarnos más con nosotros mismos y a ser más auto‑expresivos, nos veremos lamentablemente desilusionados.
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